CRISIS DEL AGUA:
INEFICIENCIA Y CAMBIO CLIMÁTICO
Escrito por Marcel Morales Ibarra
La sequía es ya un fenómeno crónico en México, que hoy se extiende a más del 80% del territorio nacional, llegando a ser severa en más de la mitad del país. Ante el impacto socioeconómico de este fenómeno y la competencia creciente por el agua en diversos sectores, es necesario y urgente que nuestros futuros gobernantes trabajen en diseñar políticas públicas innovadoras que consideren otorgar estímulos para impulsar un uso más eficiente del agua en la producción agrícola, como eje en torno al cual gira la severa crisis del agua que estamos viviendo y que amenaza con agudizarse en el futuro inmediato.
Cuando hablamos de crisis del agua hacemos referencia, por un lado, al problema del cambio climático, que se manifiesta con periodos cada vez más graves y prolongados de sequía; por otro lado, nos refiere el alto nivel de ineficiencia del uso del agua en la producción agrícola. Cabe recordar que el 76% del consumo total de agua dulce se destina a la producción agrícola, 16% para el consumo doméstico y 8% al sector industrial. El gran problema es que, cerca del 70% del preciado líquido que destinamos a la producción de alimentos, se desperdicia como consecuencia del obsoleto e ineficiente sistema de conducción e irrigación de agua en la producción agropecuaria. Por lo tanto, si se quiere encontrar una solución a la crisis del agua, tenemos que mejorar los obsoletos sistemas de riego e innovar el no menos obsoleto sistema de producción agrícola.
Según cifras oficiales, la sequía provoca que las principales presas agrícolas del país se encuentren por abajo del 40% de almacenamiento, y en aquellas regiones de importancia en la producción agroalimentaria, este problema es mucho más agudo. Por ejemplo, en la región noroeste, donde se ubican Sinaloa y Sonora, este almacenamiento es menor al 12%.
Por otro lado, de las 32.1 millones de hectáreas de uso agrícola que tenemos en México, sólo existen seis millones de hectáreas de riego, y de éstas, menos de 1.2 millones (el 20%) cuenta con sistemas de riego tecnificado (riego por goteo o aspersión), por lo que existe un campo inmenso para aumentar la eficiencia del uso del agua en esta actividad.
Sin embargo, lograr un uso más eficiente del agua en la agricultura no sólo comprende atender el ineficiente sistema de irrigación que tenemos, hay que considerar, además, el franco y avanzado nivel de deterioro de los suelos agrícolas, producto del desmedido uso de agroquímicos, que se ha acelerado en los últimos años. Este deterioro ha mermado significativamente la capacidad de los suelos para retener humedad, principalmente como consecuencia de la pérdida de materia orgánica y de su vida microbiana.
Se ha demostrado que, con la disminución de la fertilización química y el uso de biofertilizantes microbianos, la retención de humedad se incrementa hasta en un 40%, solamente tras dos años de su aplicación. Además, estos bioinsumos estimulan un mayor desarrollo de las raíces de las plantas en más del 100%, con lo que los cultivos pueden aprovechar mejor la disponibilidad de agua.
Con estos resultados podemos decir que, el uso de bioinsumos y la disminución de agroquímicos, es otra importante vía para lograr un uso más eficiente del agua, lo que incrementa la productividad y la sustentabilidad de la producción de alimentos.
Aumentar la eficiencia del agua en el campo permitiría reducir la presión por el uso de este recurso en la industria y a nivel doméstico. Para lograrlo, es necesario definir políticas públicas serias que abonen a un uso más racional y sustentable del limitado líquido. Una parte fundamental que se debería tomar en cuenta en dichas políticas, es un replanteamiento del añejo problema del subsidio que se canaliza al consumo del agua, el cual fomenta la ineficiencia e irresponsabilidad en el uso de este recurso.
Por supuesto no existen soluciones mágicas. Hay que tomar en cuenta que las inversiones en tecnificación de riego o infraestructura hidroagrícola pueden ser altas, pero se justifican con creces ante la magnitud del problema. Además, se puede hacer un mejor uso de los recursos públicos y aprovechar el creciente interés del sector financiero internacional por invertir en soluciones que abonen a la sustentabilidad en el sector agropecuario. Un claro ejemplo de este interés es la amplia experiencia que tiene FIRA (Fideicomisos Instituidos en Relación con la Agricultura) del Banco de México, en la emisión de bonos verdes, los cuales cuentan con fondeo de organismos internacionales como el Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Estos bonos verdes son lanzados con el objetivo de impulsar proyectos que ayuden a la sustentabilidad de la producción agropecuaria del país. En relación a esto lanzo esta idea, ¿por qué no pensamos en la emisión de bonos de agua para impulsar el uso más eficiente de este recurso en la producción agrícola?
Para concluir, cabe reflexionar que, la coyuntura actual, en la que nos encontramos ante el proceso electoral más grande de la historia del país y el consiguiente cambio de gobierno, es un momento más que pertinente para plantear estas opciones, viables y deseables. Todos nos veríamos beneficiados si en este proceso, la formulación de propuestas sensatas a los grandes problemas que nos aquejan, tuvieran algún espacio. Ojalá.
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